El Evangelio

Evangelio según San Juan 15,26-27.16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."

domingo, 24 de abril de 2011

Nota: "Santo Tomás, ¿psicólogo?"


La actividad correspondiente a lo que en nuestros días se denomina Psicología fue desarrollada en modo eminente, aunque por supuesto diferente en su contexto, modalidad, resultados y objetivos, por Santo Tomás de Aquino en su dimensión de -humanista-.

La afirmación que acabamos de formular contiene una tesis de la mayor importancia. En efecto, envuelve una gran cantidad de datos especulativos y valorativos acerca de su pensamiento y de nuestra situación actual, así como, en parte, un proyecto de acción cultural.

El casi instintivo rechazo que produce en algunos la aserción arriba consignada, por otra parte, no es independiente de los factores más profundos que determinan el desarrollo de la honda crisis en la que se encuentra la cultura cristiana y católica. En efecto, muchos ven aquí, con razón, un punto en el que se dividen las aguas respecto de la relación del cristianismo con la cultura moderna. Muchos, además, no quieren sacar las consecuencias que se derivan en términos de combate cultural de admitir que Santo Tomás se refiere a la cosa misma a la que también se refieren Freud, Jung, Adler, Frankl.

La admisión de esta verdad, para muchos, equivale a la renuncia a navegar en el río que arrastra la cultura contemporánea; y a ello no están dispuestos. Freud, sin embargo, para reducirnos sólo al más influyente de los psicólogos, sabía muy bien que él intentaba dar otra explicación a lo mismo que toda la más genuina tradición cristiana había declarado desde la fe. La renuencia a admitirlo por parte de los teólogos, filósofos, y psicólogos que se consideran católicos, además de su superficial conocimiento de la doctrina de Freud y de otros psicólogos clásicos, manifiesta su falta de claridad epistemológica y eventualmente su debilidad profunda para extraer a fondo las consecuencia de su fe. En efecto, como nos enseña el Concilio Vaticano II, en realidad el misterio del hombre solamente encuentra verdadera luz en el misterio del Verbo encarnado.(2) Y no se trata simplemente de aquello de lo que se ocupa la antropología filosófica, sino muy especialmente de la condición concreta del hombre al que Cristo vino a salvar.

De esa condición concreta, a sus últimos niveles de profundidad, trata Freud, y también Santo Tomás. Naturalmente, uno desde su ateísmo nietzscheano, y el otro desde la luz de la Escritura divina y de la razón natural.

Algunos tomistas, al tratar acerca del ámbito psicológico, apelan al principio de
que -la gracia supone la naturaleza y la eleva-, para fundar la necesidad de una terapéutica psicológica que prepare el camino de la gracia, como condición para su eficacia. Sutilmente, caen en una concepción profundamente contraria a la de Santo Tomás, para el cual, fundándose sobre San Agustín, nunca podría haber una disposición natural humana para lo sobrenatural gratuito. Es siempre desde la gracia, al contrario, que la naturaleza puede restaurarse o recomponerse, desde la que el hombre, radicalmente, puede curarse, si estamos al nivel propiamente humano y no meramente psiquiátrico o médico.

Lejos de estar relegada a algunos puntos particulares, como por ejemplo el tratado de las pasiones, las doctrinas tomistas sobre las que podría apoyarse una verdadera psicología que no caiga en las trampas que acompañan la condición moderna -y que, a diferencia de la filosofía, no puede ser sino cristiana, por referirse al hombre históricamente considerado- abarcan la mayor parte del pensamiento del Aquinate.

Demos una rápida idea de ello a partir de la estructura y los temas sólo de la Suma de Teología. La primera parte de esta obra trata acerca de Dios y su creación. Y aquí acerca de los ángeles y los hombres.

Cualquier psicología digna de este nombre debe fundarse sobre un adecuado conocimiento de la naturaleza humana del sujeto concreto que quiere ayudar y conocer.

Lamentablemente, la casi totalidad de las corrientes psicológicas contemporáneas adolecen de gravísimos defectos en este orden, que limitan en la práctica su eficacia positiva, y, por el contrario, las convierten tantas veces en instrumentos de profundas deformaciones humanas. La trampa consiste aquí en la aceptación acrítica lamentablemente también por parte de muchos cristianos, del principio freudiano de que la psicología, tal como Freud mismo la estableció como psicoanálisis, consiste en una verdadera ciencia con objeto propio, y distinto perfectamente de la antropología filosófica y de la antropología teológica. La falta de precisión especulativa juega aquí un papel capital, sumada, por supuesto, a la carencia de connaturalidad profunda con la plenitud de la vida humana y cristiana.

En este sentido, los claros principios de la antropología filosófica tomista deben
jugar un papel capital para la reconstrucción de una auténtica psicología en el ámbito cristiano. No se podrá conocer nunca al hombre concreto sin entender la inteligencia, la voluntad, el alma humana, sus potencias sensitivas, en resumen,
el verdadero ser y funcionamiento profundo la verdadera psicología profunda de la persona humana. Sólo la superficialidad de pensamiento podría intentar una verdadera síntesis especulativa entre la doctrina filosófica clásica sobre el hombre, tal como aparece formulada en Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, y la psicología de Freud, Jung, Frankl, Piaget, Lacan, Kohut y muchos otros.

Por quedarnos solamente en la dimensión que determina esencial y radicalmente toda la condición humana, la concepción de la inteligencia de estos autores es no sólo profundamente insuficiente, sino también profundamente distorsionada. En este campo delicadísimo, del que dependen todos los otros que se refieren al hombre, las ilusiones concordistas solo podrían conducir a errores fatales de muy negativas consecuencias, especialmente en el ámbito de la vida cristiana.

El tratado acerca de los ángeles, en el que Santo Tomás desarrolla toda su maestría, sólo aparentemente, y, por supuesto, para los que no tienen profunda fe y profunda experiencia de la vida, puede quedar fuera del ámbito de la verdadera psicología. San Ignacio de Loyola mostró de modo insuperable, en la práctica, lo que significa la influencia constante de la parte principal de la realidad natural, el mundo de los ángeles, sobre la vida de los hombre, en sentido positivo y en sentido negativo. La experiencia de la dirección espiritual, demuestra, por otra parte, que las más enrevesadas situaciones humanas no pueden resolverse con prescindencia de la acción de los ángeles buenos y malos sobre la vida de los hombres. Por otra parte, el pecado original, del que Santo Tomás trata largamente en la Prima Secundae de la Summa, es capital para entender la situación y el
funcionamiento concreto de la vida de los hombres.(3)

Todo lo que el hombre hace y padece, desde el más elemental sentimiento hasta la aceptación plena de la Redención de Cristo, está afectado por la referencia a ese drama del principio de la humanidad. Freud mismo, a su manera, da testimonio de que no se puede entender la vida humana prescindiendo de la culpa, y especialmente de la culpa original, de la cual para él el hombre no puede sino estar orgulloso, pues tomando consciencia de ella llega verdaderamente a ser lo que es, hombre racional. La presencia determinante de la culpa original en el mundo somete a éste, según toda la línea constante de la antropología teológica ortodoxa, hasta la del último Catecismo de la Iglesia Católica, al poder del demonio y de los demonios, que lo tienen esclavizado, obrando especialmente sobre la imaginación y la afectividad sensitiva, que son las facultades en las que se centra fundamentalmente la vida psíquica de la mayoría de los hombres.(4)

No se trata, pues, de un dato meramente teórico sino sólo para aquellos que no conocen profundamente el funcionamiento de la existencia concreta de los hombres, individual y socialmente considerados. Santo Tomás, entre otros grandes maestros de la auténtica sabiduría cristiana, puede ser una guía luminosa en este campo.

Toda la Segunda Parte de la Suma, dedicada a estudiar al hombre como imagen de Dios, es un gran tratado de psicología fundamental, no sólo teórica sino también práctica. Desde aquí podría comenzarse una verdadera obra de reconstitución de la psicología cristiana. Esta debería discernir, desde la fe y lo que la recta razón descubre acerca del hombre concreto a la luz de la revelación, todo aquello que el desarrollo de la cultura posterior a Santo Tomás aporta como positivo y como negativo para la comprensión de la naturaleza humana dinámicamente considerada, y para la ayuda práctica en orden a subsanar las deficiencias del hombre concreto. El principio que guía al Aquinate es el del hombre como creado a imagen de Dios, y destinado y elevado al orden sobrenatural. Es imposible absolutamente comprender la situación de la persona concreta -que implica la totalidad de lo que alguien es- fuera de este orden.

La consideración del fin del hombre con la que comienza la Prima Secundae es del todo capital en psicología.(5) Y es aquí donde se sitúa, coherentemente con la deficientísima concepción de la inteligencia, una de las fatales fallas de las corrientes psicológicas contemporáneas, con la notable excepción parcial -en este punto determinado-, de la de Alfred Adler, que considera principalmente la función de la finalidad en la vida humana. Si el fin es lo más importante en la conducta, y el único fin último de todos los hombres tengan o no la gracia es la Beatitud,(6) es claro que sin la consideración de la situación del hombre concreto respecto de ella será ininteligible el verdadero significado del complejo de realidades y fenómenos que la determinan, y será imposible también toda ayuda verdaderamente eficaz y no dañina -por ejemplo, en el psicoanálisis freudiano, según su idea fundamental, haciendo consciente la inconsciente rebelión contra la autoridad paterna de Dios, que determina la concreción de la vida humana en general en cuanto desconectada de la gracia-.

Si la psicología ha de desarrollarse en un nivel verdaderamente científico y eficaz, en contraste con la impresionante confusión que reina en el estudio de la psicología contemporánea, cuando logra a veces superar el nivel meramente extrínseco en la consideración del hombre, común a las ciencias biológicas y físicas, para asomarse al nivel de la vida humana-, no podrá prescindir de la comprensión precisa y técnica de los actos humanos en cuanto tales, distintos de los actos meramente del hombre, como son los actos inconscientes de todo tipo.

Es lo que Santo Tomás trata a continuación de la Beatitud en la Prima Secundae.(7) Es especialmente importante en este punto la adecuada captación del funcionamiento de la voluntad espiritual, la potencia humana más dejada de lado en la psicología de nuestros días, y, por otra parte, la más deteriorada en la condición del hombre concreto.(8)
Llegamos así al tratado de las pasiones.(9) Estas no pueden ser entendidas independientemente de su radicación en el alma humana espiritual, y de su
función respecto de los actos de las potencias superiores. El significado concreto de los actos de las pasiones sólo puede captarse en su situación respecto de los actos espirituales. Esta idea está presente unilateralmente y de manera deformada en el mismo Freud, para el cual toda la vida psíquica es camino para la plena realización de lo que él entiende que es la razón.

Santo Tomás nos provee de una consideración más completa y detallada de la vida psíquica al nivel de los actos inferiores a la razón y la voluntad, dándonos, además, los instrumentos para considerarlos en su verdadero significado concreto, al entenderlos respecto del verdadero funcionamiento de la razón y la voluntad
humanas, y respecto del último fin. Abundan en este punto las observaciones verdaderamente -psicológicas- de Santo Tomás, según la imprecisa e ideológica significación contemporánea del término -psicología-.

El tratado acerca de los hábitos, las virtudes, los dones del Espíritu Santo, las bienaventuranzas y los frutos del Espíritu Santo constituyen el núcleo de una psicología positiva, dirigida al desarrollo natural y sobrenatural del hombre contra la tendencia unilateral contemporánea a la consideración del hombre desde el punto de vista de la patología.(10)

En efecto, las psicologías contemporáneas consideran la naturaleza humana corrupta con la ayuda de doctrinas filosóficas profundamente pesimistas, como son las de Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y los posmodernos, sin tener connaturalidad para comprender un desarrollo verdadero y sano de la naturaleza humana -de hecho imposible sin la gracia divina, de la que huyen como de la muerte, y aún más, porque como Freud señala, el fin de la vida, para ellos, es la muerte-.(11)

Una verdadera consideración del funcionamiento positivo de la naturaleza humana restaurada por la gracia haría imposible la trágica confusión de tantos psicólogos concordistas católicos, que con su muchas veces afectada ingenuidad
introducen el principio de la muerte dentro de la doctrina de la vida corrompiéndola desde adentro en la vida concreta de sus pacientes, en el sentido literal de la palabra.

Si se intenta relacionar la neurosis de la que trata la psicología o las psicologías contemporáneas con la noción de pecado de la antropología teológica cristiana, normalmente se produce una violenta reacción adversa. Tal reacción se vería notablemente atenuada, o aún desaparecería por completo si se estudiase con seriedad el tratado sobre el pecado que Santo Tomás hace
seguir al de las virtudes en la Prima Secundae. Se captaría así la amplitud de su
significado y su dramática incidencia real a múltiples niveles, sobre todo
estructurales, en la vida concreta del hombre.(12) Pero es sobre todo el tema del
pecado original, que el Aquinate trata en las cuestiones 82 y 83, el que está en el
centro de la atención de Freud, e inconscientemente, se lo quiera admitir o no,
en el núcleo de toda la actividad psicológica contemporánea que está
configurada según la actitud freudiana. En efecto, el psicoanálisis de Freud,
como método y técnica, es intrínsecamente solidario de su intento fundamental
de hacer consciente del modo más pleno la rebelión del hombre contra Dios
Padre, radicada en la estructura inconsciente de sus vicios y pasiones no
restauradas por el influjo de la gracia.

Para Freud, como para Nietzsche, que es
su fuente secreta de pensamiento, el hombre se hace verdaderamente lo que es
en su oposición consciente contra Dios y en la pretensión de ocupar su lugar.(13)

Por otra parte, muchas distorsiones teológicas contemporáneas, que tienen como punto de fuerza una inadecuada concepción del pecado original por influjo y asimilación, a veces consciente, de las filosofías idealistas, entran en una simbiosis del todo natural con el pensamiento freudiano y psicológico en general -que aunque se oponga a los dogmas de Freud parcialmente, está
moldeado muchas veces sobre sus exigencias y pretensiones, y produce resultados semejantes, más allá de las intenciones de los psicoterapeutas-.

La Prima Secundae se cierra con la consideración de dos temas capitales en psicología: la ley (14) y la gracia.(15) El hombre no puede realizarse autónomamente sin la ayuda de Dios que es el autor de ambas. Ningún psicólogo podría con su terapia reemplazar la ley ni ayudar al sujeto a crearse una pseudo-ley subjetiva según las propias inclinaciones personales y las circunstancias de su vida -como en cambio pretenden solapadamente muchas teologías morales contemporáneas-. Tanto menos podría reemplazar la acción de la gracia, la única que ordena al hombre a su verdadero fin y que evita las profundas distorsiones de la personalidad. El verdadero psicólogo, aún a nivel meramente humano, ayudará a su atendido a descubrir las implicaciones.

Autor: Ignacio Andereggen
Fuente: a-equinas

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