La experiencia de ser feliz, de vivir en Dios gozando de su Amor en medio de los padecimientos cotidianos, ha sido expresada bellamente por todos los santos. Recuerdo especialmente los términos fuertes de San Francisco de Asís, pero también las imágenes de algunos pacientes identificados con Cristo. Es, según las Escrituras, un sufrir y luchar amando, pasar tempestades y tribulaciones en compañía del Amado, despreocuparse de todo lo que no sea el amor, afirmarse en la Roca que nos salva, esconderse en la Misericordia que nos rodea. Valoro especialmente la imagen de vivir en intimidad con Dios, como en un huerto cerrado o un huerto regado, que expande desde allí su perfume. Este lenguaje poético no es ajeno a nadie que haya tenido alguna experiencia del amor benevolente, no es ajeno a los enamorados… Es un lenguaje que acerca una cierta comprensión natural de la caridad. Son imágenes muy aptas para trabajar con ellas en psicoterapia, cuando no surgen otras espontáneamente. Caridad y humildad aparecen en ellas siempre asociadas. Muestran, purifican, invitan, alientan. Toda la riqueza revelada sobre esta vida feliz ilumina “El Cantar de los Cantares”, el libro de los Salmos y en fin, todo el Antiguo Testamento, para hacer conmovedora eclosión en la persona de Nuestro Señor Jesús.
Si es la infelicidad la que trae a las personas a consultar será la persistente inclinación a ser felices y eventualmente, a ser santos porque la salud y la felicidad se identifican con la santidad, será, decía, esta inclinación, el motor de todo el esfuerzo que plantea la psicoterapia. Como ovejas sin pastor… La perseverancia con que se procuran estos encuentros laboriosos, indica el deseo de oriente para una vida feliz y cuan necesitados estamos de buen pastoreo para alcanzarla. Es tanto cuanto atrae, mueve y orienta la búsqueda de la verdad en el amor que suele prevalecer sobre la seducción de las convenciones, prejuicios y teorías pseudocientíficas en la vida de los pacientes. “Atraeré a todos hacia Mi” El Amor que siempre espera.
Por el camino de la verdad sobre si mismo, la psicoterapia deviene lugar de encuentro con la Verdad beatificante. Si el paciente carece de esa “razón ampliada” como llama el Santo Padre a la inteligencia abierta por la fe, recordemos que el camino de la verdad y el amor está exigido por la naturaleza misma y son el término natural y sobrenatural de nuestro desarrollo humano. Es decir, en todos los casos y siempre, verdad y amor están al alcance del hombre, como dones que podemos libremente disponernos a recibir en creciente plenitud. Nuestra conciencia moral no “produce” sus verdades; tampoco los procesos cognitivos “producen” la verdad, y más que encontrarla, la reciben. El amor como acto de la voluntad, propiamente, no es producido por ella, sino que le es dado. La experiencia nos permite descubrir en el amor todas las notas de lo gratuito, de que es otro quien nos hace felices. Entonces, si bien orden natural y sobrenatural se distinguen y son diferentes, existe entre ellos continuidad, porque ambos dimanan de un mismo Dios: esto es especialmente notable en la observación de la vida anímica y de un diseño psicológico preparado para la vida sobrenatural que al infundirlo lo mantiene y lo transforma con miras a su divinización.
Son enemigos de la orientación a la felicidad, propios de la patología, es decir, del dinamismo egocéntrico de la soberbia, por un lado las racionalizaciones, que vulneran la relación de la inteligencia a la verdad y por el otro el egoísmo, cínicamente promovido en nuestra cultura. Es la debilidad del amor de benevolente, a favor de las concupiscencias (debilidad de la ternura abnegada, del gusto de servir y de hacer feliz a otro desinteresadamente). Vemos este egoísmo como contrario al desarrollo de la caridad, directamente relacionada con la unión beatificante .La mayoría de los pacientes concluye con razón que sabemos poco del verdadero amor: “¡pero entonces amar, nadie ama!” “recién ahora entiendo de que se trata esto de amar” “el amor “amor” de veras, qué es? Es el sentimiento del niño que confía y se sustenta en la experiencia del bien que nadie puede quitarle, de una Creación ordenada, de un amor vigente .El niño que Jesús declaró feliz. Es la experiencia de una fuerza que margina todos los miedos salvo el bendito temor de ofender al amado. Esta libertad de todo miedo, esta incondicionalidad de nuestra entrega en la vida, se cumple con esa plenitud que permite ser feliz, sólo cuando el Amado es Dios mismo. Porque es el único objeto eterno y perfecto capaz de sostener nuestro amor y n uestra vida eterna y perfectamente. Un alma afincada en el bien amado, nada teme y se siente feliz “como un niño en brazos de su madre”. Sólo el Bien Supremo garantiza la plenitud de esta experiencia .Nos hace felices…el amor de Dios. El regreso a esta infancia espiritual requiere como primera instancia el arduo pasaje de la dinámica de egocentrismo a la dinámica del amor y la humildad.
Como terapeutas cristianos tenemos el gran oriente de las Bienaventuranzas en que el mismo Señor se presenta como modelo del Hombre Feliz. Jesús nos dice cual es el hombre feliz y como lograr esta identificación con El, feliz en su obediente filiación.
En psicoterapia, lógicamente, los temas propios de las bienaventuranzas no aparecen siguiendo ningún orden y simplemente secundamos el don del Espíritu Santo con gracias externas: sean gracia todas nuestras intervenciones terapéuticas, las explicaciones, los consejos. Tengamos a bien , sobre todo , aprovechar las “puertas de entrada” a la experiencia de Dios en nuestros pacientes : la muerte de un bebe, el nacimiento de un hijo enfermo, pérdidas sucesivas de seres queridos… verdaderos hitos en la subida a la montaña de las Bienaventuranzas. En Dios, las heridas sanan, la muerte da vida. La psicoterapia no puede operar la modificación de las facultades necesaria para alcanzar esta vida feliz porque esto es obra de Dios, pero sí puede ayudar a remover los obstáculos del miedo y las cobardías, de las concupiscencias, del egocentrismo, de la mentira, de la tristeza y la desesperanza provenientes de la soberbia y sus secuelas en el alma, que debilitan la fuerza del amor. El amor verdadero quiere abrazar el dolor, evita la ira y procura la paz; el amor humano quiere prepararse al amor de Dios con estos actos de amor que ya lo inician.
Ejemplifico con el caso de una mujer excesivamente atenta a los mínimos males y males aparentes en su entorno que puedan afectarla a ella o a sus hijos. Sufre permanentes sentimientos de amenaza y una tendencia a responder con ira ingobernable, notablemente inadecuada e ineficaz. El egocentrismo, que promueve su irascibilidad exacerbada, se acompaña de una notable posesividad en sus relaciones. Es inteligente y formada. Padece desde hace años una enfermedad autoinmune en la que su cuerpo parece replicar contra si mismo las conductas defensivas extremas que ella practica vehementemente. Un buen día está en juego la vida de un hijito y ella tolera muy mal su internación: se desata en acusaciones y luchas estériles contra médicos y enfermeras. Sobre todo rivaliza e intenta imponer sus criterios, muchas veces razonables. Su clínico, preocupado por su salud, la deriva a terapia. Aprovecho su intenso amor de madre. La terapéutica consiste en rectificar el funcionamiento de su irascibilidad y ponerlo al servicio del amor. Le presento el valor de la mansedumbre, y también la oportunidad de hacerse fuerte en el dolor aceptado, aprendiendo a encontrar consuelo en la Cruz. ¿Cómo pasar de su dinámica defensiva egocéntrica a la dinámica del amor? La acompaño a descubrir que el amor es su fuerza y que no hay otra verdaderamente “fuerte”. Se ejercita en retener o guardar la agresividad para ponerla a disposición del amor. En lugar del enojo, el sufrimiento que profundiza y hace fecundo el amor. Representa imaginativamente varias situaciones que “disparan” su habitualidad egocéntrica y violenta: una por una , las fue transformando interiormente , a veces deseando la mansedumbre que iba haciéndose virtud en ella, a veces en unión a Jesús crucificado, a veces “envolviendo “ en el más puro amor a su hijo , esta lucha por su salud. Depone el miedo y el sentimiento de ser frágil y estar rodeada de enemigos, mediante una observación más cuidadosa de la realidad. El secreto fue purificar y fortalecer su intenso amor de madre. Pudo llegar a decir, en un tiempo tan difícil de su vida : “soy feliz”.
La Subida al monte de las bienaventuranzas coincide con la Subida al monte Calvario, por esta inclusión del sufrimiento en la caridad, subida que nos ubica ante estaciones sucesivas o delante de distintas puertas. La primera puerta la abre el amor alentando el desprendimiento de los egoísmos, de las vanidades, las pasiones o la queja ante circunstancias adversas que solo piden una aceptación sencilla. Una segunda puerta, que también le corresponde abrir a ese amor verdadero, es la conciencia y dolor de las propias faltas como purificación. Infidelidades, malos tratos, mentiras, abusos. El corazón del terapeuta responde con un “bienaventurados los pobres” o un “bienaventurados los que lloran” Es el mismo Jesús quien invita a caminar con El.
Al referirme a “puertas”, indico situaciones interiores, puertas naturales y sobrenaturales a la felicidad, situaciones que operan una cierta interiorización de la vida psíquica favorable a su divinización por la Caridad. Por puertas naturales me refiero a situaciones anteriores a la conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida, experiencias de unión personal a un bien que es verdadero y bello. Doy un breve ejemplo: una paciente de unos 27 años imagina que recorre una pradera y se queja de aburrimiento… no hay nada que valga la pena, es todo igual…pasto, aire abierto, pájaros …. ¿Pájaros? ¿Cuáles? Le pido que se detenga, que al detenerse contemple los movimientos de uno solo de esos pájaros… Los pájaros son aburridísimos también….pero hay un pajarito que salta, un poco pesado, está tranquilo. Silencio….el sabe que en esta pradera hay comida para él y un nido para descansar…es muy buena su situación. Valió la pena detenerse…no hay ya nada de aburrimiento, hay una atención absorta en la escena elocuente. La paciente goza del bien que expresa este pájaro. Hay un amor incipiente a este bien hasta ahora desconocido. Partiendo de la iluminación de la imagen se alcanzó una percepción inteligente de una realidad ordenada que se ofrece como la vida misma, como un don, como un orden natural que sostiene, que es bueno y confiable. Surge un amor a este bien que se encarna en sentimientos de ternura y tranquilidad, pero sobre todo de confianza. Sugiero a la paciente que se identifique, salvando las distancias, con este pájaro. La gran novedad en su vida anímica es justamente la confianza: la paciente, tensa y exasperada en el encierro de sus fantasías, e invenciones mentales, incapaz de producir un orden verdadero y confiable, sufre insatisfecha su tristeza y su anémico cansancio por no haber descubierto ese orden dado en la Creación y en su propio ser que le permite sentirse sostenida y luego desplegar una funcionalidad que necesita esta condición previa para su accionar… Es la experiencia de la Providencia, desde una contemplación terrena, experiencia incipiente del amor y la gratuidad que la terapia se ocupará de desarrollar Dios mediante. Pero ya hemos dado un paso fuera de la situación patológica. Cuando el alma está encerrada en la observación de sus propios datos, interpretándolos hasta extenuarse, cuando la vida propia y ajena es bien de uso, espejo para las ilusiones y desilusiones narcisistas, la realidad se cierra, no remite ya a ningún bien espiritual, pierde todo valor analógico: la naturaleza y la realidad se clausuran como puertas a Dios y a la felicidad. En psicoterapia esta orientación a la felicidad por el camino de las analogías, se realiza invitando a la contemplación mediante el recurso a las representaciones conservadas en la imaginación. Las realidades naturales son un riesgo o una oportunidad para la salud: son una oportunidad si me mantengo en la línea de mi naturaleza, si eventualmente acepto sufrir por mantenerme en esta línea de la verdad en el amor. Hay pues un acercamiento natural al espíritu de las bienaventuranzas. Sin embargo, sólo sobrenaturalmente se puede entrar en ellas y desde allí relacionarse en plena salud y libertad con Dios y con el prójimo. La realidad, como vimos, o se abre como puerta a Dios o se cierra sobre si misma cuando uno busaca en si mismo,o en los dictados del mundo, todas las referencias.
La orientación a la felicidad incluye por parte del terapeuta, indicar y mostrar los bienes amables, mediante el recurso al arte, los cuentos, poesías y parábolas, elegidos e interpretados en sintonía con el Evangelio. Pero importa sobre todo estar atento a las expresiones e imágenes que elige el paciente, su estilo, su logicidad o su falta de ella, sus falacias, como emergentes del idealismo imperante en la cultura… Habrá que detenerse ante frases tales como “dispongo de mi propia vida” “tengo derecho a ser feliz” “soy dueño de mis decisiones” .Como medio del terapeuta para conocer a su paciente, la “manifestación de los pensamientos” es fundamental y la comunicación verbal, abierta a todos sus recursos, es el medio terapéutico primordial. Sin embargo ocurre que el paciente no sólo selecciona lo que quiere trasmitir u omitir sino que no puede trasmitir aquello que no entiende, porque los contenidos requieren una cierta inteligibilidad que permita su verbalización. Por esto es óptimo recurrir, para su acercamiento a la verdad, a esas imágenes donde la racionalidad se prepara, donde las verdades alcanzadas se guardan, donde toda preparación de la experiencia o toda experiencia incompleta se conserva, donde se atesoran los recuerdos o las analogías de lo vivido, donde la creatividad, apuntalada por la conducción terapéutica, cumple con su función natural de encauzar, desde la sensibilidad, la búsqueda de la verdad. Luego, con la rectificación de la sensibilidad por intermediación de las imágenes adecuadas, toda ella se prepara para subordinarse a la racionalidad que la requiere, para servirla en el camino hacia la espiritualidad plena y proveerla de sus recursos en el regreso hacia las obras que encarnan la vida del espiritu.
Para la indagación de la situación del actual del paciente, de su punto de partida en el camino hacia la felicidad, bien puede aplicarse el test desiderativo como evaluación del oriente valorativo del paciente, de su conciencia de libertad y capacidad de gobierno de sí, de su conocimiento o desconocimiento de sí mismo y de los valores espirituales en sí y para él. El paciente manifiesta aquí cuales y de que calidad son sus ideales y a que disvalores, temores o debilidades los contrapone. Luego de una discusión exhaustiva de estas elecciones o identificaciones, el mismo paciente intentará modificarlas, elegir otras más acordes con su particularidad y la particularidad de su vocación, a la luz de la verdad y del amor.
En todos los trances del camino , la psicoterapia ha de vérselas especialmente con la dimensión afectiva porque se trata de mover al paciente siempre a un bien más digno de ser amado con el amor más puro y benevolente posible. Existe la tendencia natural de integrar lo emocional a lo voluntario. Pero sentimiento y voluntad deben identificarse siempre y cuando la identificación esté fundada en el bien y en la verdad. Este trabajo de ordenación de la naturaleza, imprescindible para una ascética que permita la vida feliz, es también tarea de la psicoterapia: habrá que teorizar lo imprescindible, según la particularidad de cada cual, habrá que alentar al bien arduo, con imágenes bellas y verdaderas, alentar avivando la conciencia de la belleza de las propias posibilidades de amar y de hacer más buena, verdadera y bella la propia vida y la de los demás. Creo que es necesario aplicarnos más a la verdad vislumbrada y a los amores benevolentes sentidos, para darles mayor y mejor presencia en nuestras vidas. Sea la psicoterapia oportunidad para esta amplificación del amor y de la verdad en la propia vida, especialmente cuando se trata del mismo Dios que nos ofrece la experiencia de su Ternura.
Generalmente, las experiencias del consuelo divino se olvidan o ha sido sumamente fugaz su consideración por parte de los pacientes. Le cabe a la psicoterapia recuperarla, amplificarla, darle el sitio que le corresponde en sus vidas. Lo seres humanos volvemos, después de estas experiencias sobrenaturales, rápidamente, a la exterioridad, frivolidad y sensualidad anteriores, pero perdiendo la intensidad de gozo y la certera orientación a la felicidad que nos deparaba la consolación. Si rescatamos estos momentos en psicoterapia, estos “relámpagos” de lo infinito, atesorados por la memoria, serán un lugar bendecido por la presencia de Dios, un lugar de interioridad, que ha de recuperarse y desde donde se podrá comenzar a caminar en la vida bienaventurada que es siempre vida vivida desde lo interior. Menciono aquí el caso de una paciente bautizada y relativamente formada en la fe pero alejada de todo compromiso y experiencia. Enferma de cáncer, en un momento de profundo despojamiento de todo lo que la ataba a su cotidianeidad, sintiéndose sola y desvalida, recibe la gracia del consuelo divino: nada le importa, Dios la ama y esto es superior a todo bien. Confiesa que mil veces prefiere estar enferma con El, que sana sin El. Luego, llega su curación y sabe que esto también es un regalo de la Providencia: nuevamente experimenta que está en Sus Manos y que ello tiene una dulzura inaudita y preferible a todo. Sin embargo todo vuelve al orden mundano junto a su pareja diez años menor que ella, que finalmente le es infiel y la abandona. Es entonces que comienza su terapia en un estado de profunda perturbación y congoja. Superficialmente toca cuestiones relacionadas con su fe. Una noche sueña que llora y se despierta llorando, pero interpreta su sueño explicándose que debe ser el dolor por la ruptura con su novio. Le sugiero que regrese imaginativamente a su sueño y se vea allí llorando…Es entonces que aparece con toda vivacidad el recuerdo del consuelo de Dios, aún con mayor intensidad y gozo que en el tiempo de su enfermedad. Enterada de esta experiencia, procuro ayudarla a darle toda la expansión que merece. Luego de esta sesión todos sus trabajos imaginativos, sea cual sea la temática, incluyen el contenido de esa experiencia espiritual que ha de mantenerse vigente para reorientar su vida.
Si la virtud que nos da acceso a Dios, la virtud de la vida feliz y que permite llamar virtud a las otras virtudes, es la caridad, todo amor, si es amor ordenado, está participado del Amor del Creador y prepara y acerca a la Caridad. Porque todo amor analoga bajo algún aspecto a la Caridad, merece nuestra atención especial en psicoterapia. Además ,es en la Caridad que el terapeuta puede dar a su paciente el amor de Dios, amarlo como es amado por Dios, permitirle al paciente esa misma experiencia en su relación con nosotros, inferiores como somos al tesoro de la gracia que llevamos y entregamos Así, de algún modo, comunicamos la bienaventuranza. La bienaventuranza referida a la misericordia es nuestra propia y especial “orientación a la felicidad” como terapeutas. El amor a nuestros pacientes es curativo, tanto más curativo cuanto más misericordioso. La miseria de ellos nos purifica y nos santifica, nos hace encontrar medios fecundos e inteligentes para darles ayuda. Todas las obras de misericordia están a nuestro alcance como terapeutas: enseñar, aconsejar, corregir, perdonar, consolar, sufrir con paciencia sus defectos y rezar por ellos. Saber esperar, confiando en la Voluntad de ese Pastor en cuyo nombre pastoreamos, descubrir la imagen y semejanza escondida, amar la divina bondad, verdad y belleza en acto o en potencia en el prójimo, amarla con amor benevolente, removiendo los obstáculos intelectuales y afectivos para orientarlos a Dios. Esta ejemplaridad a la que aspiramos como terapeutas es para ellos parte de la misma terapia .Por este mismo camino han de encontrar nuestro pacientes, con la gracia de Dios Misericordioso, y el auxilio de María , la vida feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario