De una forma ingenua, en mayor o menor medida, se suele tener la idea de que el conflicto debe ser excluido de la vida, o bien, que su presencia implica amenaza, peligro o ruptura en las diferentes relaciones humanas. En realidad, éste es inevitable, pues las diferencias individuales, el modo de reaccionar frente a situaciones de la realidad, o ante la adversidad, hacen que emerja. En términos de lo individual, el conflicto demanda valentía, creatividad e invita al empleo y potenciación de los recursos internos, pudiendo su afrontamiento ser causa de crecimiento personal, de ampliación de pensamiento y de aumento de la capacidad para aprender de la experiencia. En lo vincular, su ausencia denunciaría superficialidad en las relaciones y su presencia, con posible resolución constructiva, conduce al fortalecimiento y la madurez afectiva. Entonces, la pregunta no debe ser, cómo estar tan lejos de sí y de otros, para que los conflictos no se susciten. O, cómo evitarlos. El asunto es más bien, qué hacer con ellos, cómo darles un manejo constructivo, que tienda hacia la vida y que ayude a crecer individualmente y a mejorar las opciones emocionales, robusteciendo los diferentes vínculos. Para responder a los interrogantes formulados, vale la pena considerar algunos puntos:
El Evangelio
Evangelio según San Juan 15,26-27.16,12-15.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."
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martes, 10 de noviembre de 2009
Sobre las crisis
El asunto es qué hacer con los conflictos, cómo darles un manejo constructivo, robusteciendo los diferentes vínculos.
De una forma ingenua, en mayor o menor medida, se suele tener la idea de que el conflicto debe ser excluido de la vida, o bien, que su presencia implica amenaza, peligro o ruptura en las diferentes relaciones humanas. En realidad, éste es inevitable, pues las diferencias individuales, el modo de reaccionar frente a situaciones de la realidad, o ante la adversidad, hacen que emerja. En términos de lo individual, el conflicto demanda valentía, creatividad e invita al empleo y potenciación de los recursos internos, pudiendo su afrontamiento ser causa de crecimiento personal, de ampliación de pensamiento y de aumento de la capacidad para aprender de la experiencia. En lo vincular, su ausencia denunciaría superficialidad en las relaciones y su presencia, con posible resolución constructiva, conduce al fortalecimiento y la madurez afectiva. Entonces, la pregunta no debe ser, cómo estar tan lejos de sí y de otros, para que los conflictos no se susciten. O, cómo evitarlos. El asunto es más bien, qué hacer con ellos, cómo darles un manejo constructivo, que tienda hacia la vida y que ayude a crecer individualmente y a mejorar las opciones emocionales, robusteciendo los diferentes vínculos. Para responder a los interrogantes formulados, vale la pena considerar algunos puntos:
Los otros no son espejos de nosotros mismos y además, no tienen por qué serlo.
Si el afecto con alguien se daña o se rompe, porque el otro no actuó, no sintió, o no compartió un esquema de pensamiento; habría que cuestionar ese amor; porque quizás no se estaba queriendo a la otra persona, sino al propio sí mismo, proyectado en ella.
Si el día en que no funcionó espectacularmente y reveló aspectos de su propia singularidad, ya no se la pudo querer más, habría que dudar de si en realidad se la quería, dado que el amarse a sí mismo, utilizando a otros, no es amor, sino más bien narcisismo.
Se habla mucho del respeto por la diferencia y más que un ideal, esto es una praxis en las relaciones, cuando en ellas, ante la evidencia de aquello en lo que no se concuerda, no se opta por la supresión del vínculo o por la anulación del ser del otro, sino por la construcción a partir de allí. Las diferencias no tienen por qué ser cierres, sino nuevas puertas para la configuración de acuerdos nuevos, mediante el diálogo sincero y la disposición de entrega que los vínculos afectivos demandan.
Ponerse en el lugar del otro, brinda la sensibilidad de la comprensión y desde allí, la lógica del ataque y la defensa, se diluyen.
No es esto sujeción, al contrario, implica ejercer la fuerza creativa de la seguridad personal y la movilización de los recursos individuales, para sin perder el propio punto de vista, estar en condiciones de abrirse al sentir, respetar y valorar el del otro, con miras a configurar de conjunto, una nueva alternativa cómoda para ambas partes.
Asumir lo propio siempre es básico en la resolución de conflictos, porque puede conducir a la reparación, en caso de necesidad; así como también a poder diferenciar y no dejarse cargar con cosas que no corresponden a la propia persona, sino más bien al otro; pero acompañándolo en su proceso, con claridad y consideración.
También salvaguarda de la lucha de poderes, en la medida en que con equidad, se ponderan los puntos de vista en cuestión, sin caer en la trampa de responsabilizar al afuera de lo personal, o de tratar de negar lo de los demás, pues esto no sería construir, sino coartar.
“Cuando el infierno son los otros, el paraíso no es uno mismo” (Inventario-Mario Benedetti)
(Por Sofía Uribe Arbeláez, Fuente: elcatolicismo.com)
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