* Toda psicología, lo reconozca o no, supone una antropología. Desde esa perspectiva intentaremos desarrollar el amplísimo tema que se nos ha asignado.
* La fe nos propone verdades que sin contradecir a la razón, la iluminan desde un plano superior, sobrenatural. Son los misterios revelados por Dios al hombre sobre la naturaleza divina y humana. La primera de esas grandes verdades es la de nuestra condición de creaturas, semejantes a nuestro Creador. Fuimos hechos así -de la nada- por amor y para poder amarlo.
* Por nuestra intrínseca limitación de creaturas, podemos hacer de nuestra pequeñez un refugio defensivo que nos coarte la vida y la humildad deja de serlo para convertirse en su falso sustituto: la pusilanimidad. Y en el otro extremo, el anhelo de excelencia puede desordenarse y retorcido sobre sí mismo transformarse en la falsa magnanimidad: la soberbia.
* La segunda de las grandes verdades antropológicas es un desarrollo particular de la primera. Como creaturas semejantes a nuestro Creador, no somos seres solamente corpóreos, sino también espirituales, cuerpo y alma y, por lo tanto, inteligentes y libres.
* La tercera verdad antropológica se vincula también a la primera. El ser humano es al mismo tiempo persona individual y ser social. Así es imagen de Dios y así está destinado a parecerse a Dios en el amor, que es el sentido de su vida. Dios agrega un don sobrenatural de divinización del amor humano -que llamamos caridad- que le permite al hombre responder libremente al infinito amor de Dios y así alcanzar aquella plenitud del amor humano a que nos hemos referido. Fe, esperanza y caridad, tres dones sobrenaturales sin los cuales la antropología cristiana resultaría una pretensión desmesurada.
* La cuarta verdad sobre el hombre nos enfrenta con el misterio del mal moral y del sufrimiento. Siendo seres creados por un Dios infinitamente bueno, ¿cómo es posible que exista entre nosotros una tendencia al mal, que es en definitiva la mayor causa de nuestros sufrimientos? El misterio, revelado, es que nuestra naturaleza original sufrió una terrible caída, por nuestra propia culpa. Y que ante esa caída la respuesta de Dios fue un acto de amor infinito, que jamás hubiéramos podido imaginar. Distinguir entre el bien y el mal moral y reconocer lo que haya en nosotros de culpa, de responsabilidad por el mal consciente y voluntariamente elegido, no es por lo tanto un proceso enfermizo, sino el comienzo de nuestra curación. Es la esperanza que nos brinda Jesucristo y no conduce a la amargura y al desprecio por sí mismo, sino a la alegría de una vida auténticamente renovada. Es la quinta verdad que nos propone la antropología cristiana. Vivimos nuestra vida presente en el tiempo y por consiguiente en el cambio, de sentido creciente al comienzo y luego declinante hasta que llegamos a nuestra muerte corporal. Pero ese no es el fin de nuestra existencia. Estamos destinados a trascender el tiempo y alcanzar nuestra vida futura y definitiva en la eternidad. Ser cristiano es vivir esta verdad de fe en la esperanza, anhelo y confianza plena en el amor de Dios triunfante.
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